A vivir con el virus
“El virus llegó para quedarse y debemos aprender a convivir con él”. Esta frase la hemos oído y repetido muchas veces durante los últimos meses. ¿Qué significa esto para continuar con nuestras vidas, estudiar, producir y recrearnos?
Desde el inicio de la pandemia ha habido dos posiciones extremas. La primera, la de los “negacionistas”, que no creen en los riesgos que existen hoy con este nuevo Coronavirus y consideran innecesario prestarle atención. La segunda, la de los que buscan una campana de cristal para esconderse en ella y con cierto grado de obsesión ven el virus en todas partes. Los primeros se hallan inmersos en la temeridad y el individualismo; los segundos, se dejan llevar por el miedo que nunca ha sido un buen consejero.
Ninguna de esas posiciones es útil ante un virus respiratorio que a estas alturas no tenemos conocimiento preciso si va a desaparecer, como ocurrió con sus congéneres el SARS y el MERS, o cuánto vamos a tener que esperar hasta que surja un fármaco útil para suprimirlo. Como en varios aspectos de la vida, la verdad se encuentra en el medio y no en los extremos. El Covid-19 estará con nosotros por más tiempo y nos demuestra una vez más, que la naturaleza es dinámica, los seres humanos hacemos parte de ella y debemos convivir con sus diversas expresiones.
De otra parte, el aislamiento extremo y colectivo se agotó; la vida económica se ha afectado; el sistema de salud se encuentra mejor preparado que hace tres meses con algunas excepciones en regiones; se tiene mayor conocimiento sobre la transmisibilidad del virus y su agresividad real; las medidas no farmacológicas iniciales han evolucionado y lo que parecía evidente antes, hoy puede estar revaluado y debe cambiar.
Las campañas de publicidad sobre los cambios conductuales de vida que debemos adoptar los individuos para enfrentar la pandemia se han desgastado y ahora se parecen más al ruido de la lluvia en un sombrío día de invierno. Hay que modificar la estrategia si queremos que los ciudadanos se apropien del concepto de lavar sus manos con jabón y los cinco pasos, trabajar desde la casa si lo pueden hacer, evitar sitios concurridos, mantener distancia física y usar tapabocas en sus salidas.
Muchos ciudadanos encuentran distantes e impositivos esos mensajes de las autoridades públicas y privadas o dudosos sobre las intenciones que los motivan. Para el sector salud se vuelve vital entonces su trabajo con las organizaciones y las personas que les generan mayor credibilidad a los ciudadanos. Líderes sociales, iglesias, juntas de acción comunal, Copacos, asociaciones de usuarios, radios comunitarias, empresarios, por mencionar algunas.
Además, una parte importante de la responsabilidad para convivir con el Covid-19 en la reapertura gradual de la sociedad, depende de las autoridades locales y de las entidades de salud. Se requiere mucha más vigilancia epidemiológica para atender la salud y recuperar la economía.
Se debe salir a buscar el virus y no esperar a que aparezca. Para ello se necesita fortalecer diversas acciones. Detección temprana de casos; localización de las personas mayores y con comorbilidades; realización activa de más pruebas diagnósticas para estos grupos y para otros vulnerables como el personal de salud y los individuos que están más tiempo expuestos a la movilidad de la población en general -policías, conductores de transporte público, trabajadores de servicios públicos, habitantes de calle, empleados de supermercados, etc-; rastreo y aislamiento efectivos de los contactos de casos positivos, ojalá en menos de 48 horas; entrega gratuita de tapabocas en espacios públicos para aquellas personas que no los utilizan; establecimiento eficiente de cercos epidemiológicos focalizados ante la presencia de brotes.
Eso sí, en medio de la estrategia de apertura gradual nos corresponde a todos vivir sin temeridad y sin temor. Entender que debemos retomar nuestras actividades con responsabilidad personal y colectiva ante la epidemia, para lo cual requerimos elevar a nuestra conciencia individual y comunitaria la adopción de esos protocolos de hábitos de vida que tantas veces se han mencionado. No sólo por la coyuntura, sino porque desde el informe Lalonde en 1974 se demostró que el 90% de la salud de un individuo depende de su comportamiento en la cotidianidad, de su condición genética y del medio ambiente que lo rodea.
Augusto Galán Sarmiento MD. MPA
Director del Centro de Pensamiento Así Vamos en salud