Tasajera

Julio 30 de 2020

 

Las imágenes de televisión permanecen frescas en nuestra memoria. Un día soleado en la costa caribe colombiana y decenas de personas vestidas con pantaloneta, algunos de torso desnudo, en pies o en chanclas, con pimpinas y garrafones de plástico en sus manos, en torno a un camión cisterna volcado a la orilla de la vía, enfocados en extraer del interior del vehículo los galones de gasolina que lleva y que les permitirá obtener algunos pesos al revenderlos.

Las necesidades los apremian, por eso no importa el riesgo ni el delito; tampoco tienen dinero para comprar el agua diaria que llevan los camiones que les venden ese indispensable líquido algunos días en la semana. Igual, sólo ingieren alimentos de idéntica manera, algunas veces a la semana.

Súbitamente se prende el fuego que lo abarca todo y a todos. Una imagen dantesca. El resultado final, más de 40 muertos, otros más heridos. En medio de la pobreza, familias desechas, niñas viudas y huérfanos aún más jóvenes.

Lo vimos repetidamente en los medios, pero su cuarto de hora de protagonismo ya pasó. Han transcurrido algo más de veinte días desde la tragedia y no se habla más del tema, sólo cuando fallece un herido.

Pero la vida de los habitantes de Tasajera prosigue igual, alrededor de la basura, la exclusión y la miseria; sin educación ni luz ni agua, con niñas menores de edad embarazadas, sin ingresos estables ni alimentación adecuada, sin saneamiento básico; a pesar de contar con años de múltiples promesas de políticos en campaña y de estar tan sólo a treinta o cuarenta minutos de Barranquilla o Santa Marta.

El corregimiento de Tasajera, en el municipio de Pueblo Viejo, es un ejemplo de la indolencia de nuestro Estado; y no podemos olvidar que este último somos todos. Muchas poblaciones sobreviven en condiciones similares y a pesar de que lo sabemos hace demasiado tiempo, permanecemos impávidos ante semejante escenario, que se vuelve noticia cuando ocurre una tragedia parecida, pero en la cotidianidad se mantiene como parte del paisaje de nuestra geografía.

Esto ocurre en la mitad de una pandemia que representa un riesgo externo igual para todos los ciudadanos, pero que deja una huella distinta en cada uno. El virus Covid-19 no nos trajo la pobreza, la inequidad y la exclusión, simplemente las hizo más evidentes y les permitió a algunos dirigentes públicos y privados enterarse de que en diversas regiones de nuestro país existen seres humanos que subsisten sin protección ni bienestar social.

Las estadísticas nos decían que había incrementado la clase media colombiana y nos vanagloriábamos por ello. Es posible que un porcentaje grande de esa población haya regresado, en apenas tres o cuatro meses, a los niveles de pobreza y desventura de las que habían logrado salir después de años de esfuerzo.

Algunas proyecciones sugieren que, para finales de 2020, cerca de tres millones de personas incrementarán las filas del régimen subsidiado en salud; de confirmarse, será un indicador del impacto negativo que esta pandemia tendrá en el bienestar social de la población. Millones de personas han perdido su empleo y sin él, han quedado privados de protección e ingresos para su diario vivir y el de los suyos.

Las estructuras institucionales de Protección Social que habíamos construido eran, o son, muy endebles. La evaluación del impacto de la pandemia se deberá hacer sobre esta materia, por la capacidad que tenga una Nación para evitar el deterioro social de su población.

Por ello tendrán que pasar a examen, entre otros, la adecuada redistribución del desarrollo económico; la cobertura, pertinencia, calidad y equidad de nuestro sistema educativo y de la formación para el trabajo; la cobertura del aseguramiento en pensiones, así como la formalización laboral; la pertinencia de nuestra salud pública y el acceso cierto a los servicios públicos domiciliarios de viviendas dignas; la efectividad de la promoción social así como la necesidad de un sistema nacional de cuidado y cuidadores.

Existen cientos de comunidades como Tasajera en centros urbanos y en la ruralidad colombiana. Este virus del Covid-19 nos desnudó las debilidades sociales que se vislumbraban y se denunciaban.

La pandemia deberá constituirse en la oportunidad para que hagamos las preguntas correctas si queremos obtener las respuestas acertadas. No se trata de establecer algunos instrumentos de ayuda que permitan pasar el río chapoteando; lo que se necesita es construir el puente para que todos lo transitemos con bienestar.

La mejor expresión de solidaridad que los habitantes de este país podemos demostrar, se encuentra en la Protección Social sólida y equitativa que logremos desarrollar para cumplir el objetivo del bienestar igualitario de toda la población. No es un tema de limosnas es un asunto de derechos.

Augusto Galán Sarmiento MD. MPA

Director del Centro de Pensamiento Así Vamos en salud