Educación para la salud
Augusto Galán Sarmiento MD. MPA
Director del Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud. Exministro de Salud
La tercera ola de la pandemia en Colombia ha sido la más fuerte con un incremento significativo en el número de casos y fallecidos al compararse con las dos primeras embestidas del virus en nuestro país. Hoy no sabemos aún cuál va a ser el impacto de las aglomeraciones producto de las movilizaciones sociales que se han presentado en diferentes ciudades de Colombia en las últimas dos semanas. Aunque son justas las manifestaciones pacíficas, ellas incrementan el riesgo del contagio por Covid-19 a la población con el consiguiente aumento en la presión sobre las instituciones de salud ya congestionadas por la evolución que trae esta tercera oleada. La influencia de esas muchedumbres sobre la pandemia se verá reflejada en las dos próximas semanas. Ojalá no sea de la magnitud que se piensa.
En este último año se han informado por diferentes vías las medidas de autocuidado que los ciudadanos debemos adoptar para mitigar el impacto del virus. El cincuenta por ciento del control se encuentra en esas acciones que involucran la conducta de las personas; lo sabemos y se ha dicho desde el principio de la pandemia. Los medios, las autoridades y el sector salud lo han expresado.
Las instrucciones se han emitido; para el manejo del Covid-19 ha habido órdenes, lineamientos o directrices; sin embargo, ha faltado comunicación. No es solo con este virus; sucede con muchas de las enfermedades, en especial las crónicas no transmisibles. Impartimos instrucciones a los pacientes sin explicarles con claridad las opciones que tienen al hacer o dejar de hacer lo que se les propone. Utilizamos términos científicos que muchas veces no comprenden; criticamos sus creencias o tradiciones sin explicarles de manera sencilla por qué ellas pueden encontrarse confundidas o distantes de los hechos reales que explican su condición médica y su tratamiento. En consecuencia, muchas veces abandonan los medicamentos que se les prescribe, evitan las dietas que se les recomienda o mantienen su adicción al cigarrillo o a otras sustancias que los perjudica.
Hoy preguntamos y hasta juzgamos, las razones por las cuales las personas se aglomeran en manifestaciones conociendo los riesgos en que incurren al hacerlo ante la pandemia, y otros más, incluso negándolos. Explicaciones para esos comportamientos existen; el miedo, la frustración y la rabia pueden estar detrás de muchas de esas conductas.
Expertos señalan que la población cambió sus prioridades y la pandemia pasó a un segundo plano ante las necesidades sociales y económicas que aquejan a las personas. Muchos jóvenes, pueden considerar erróneamente que están inmunes o que será un resfriado más que les puede afectar y se sienten tranquilos marchando al lado de quienes también lo están. En el trasfondo puede existir una creencia equivocada al considerar que la responsabilidad de su salud le corresponde a un tercero y no a ellos.
Entonces nos cuestionamos ¿qué tanta educación para la salud hemos alcanzado?
Adoptar cambios en los hábitos de vida significa un proceso de educación que busca modificar las tradiciones y creencias que tienen las personas sobre estos aspectos; es un cambio de cultura sanitaria. Los especialistas nos hablan de las dimensiones biológica y social que nos permiten profundizar nuestra conciencia sobre nosotros mismos y nuestro entorno, lo que a su vez nos permiten otorgar un significado a las cosas que percibimos a través de los sentidos.
La instrucción es la que ha prevalecido tradicionalmente para promover una vida saludable y unas conductas acordes con el propósito de preservar la salud; ella es unidireccional, mientras que la comunicación requiere de escucha y comprensión entre las partes. Desde el sector salud instruimos y nos hemos condicionado a tener la receta para el paciente, la que debe adoptar porque señalamos que se basa en la evidencia científica, la cual define lo que más le conviene a las personas y por ello la deben aceptar.
Requerimos que el ciudadano esté más informado, capacitado y motivado en el cuidado de su salud. Para ello, es necesaria una participación cada vez mayor del individuo y la sociedad, asumir la salud como una responsabilidad, no solo como un derecho, y verla más allá de los profesionales de la salud y las instituciones. Es claro que no se ha logrado consolidar una comunicación asertiva para transformar las tradiciones y creencias de las personas en materia de salud; lo que hemos vivido en las últimas dos oleadas de la pandemia así lo demuestra, pero con otras condiciones médicas también. Necesitamos transformar la educación para la salud.