Generaciones en riesgo
Augusto Galán Sarmiento MD.MPA
Director del Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud. Exministro de Salud
Nuestro sistema educativo genera y profundiza inequidades en Colombia. No es universal, ni solidario y tampoco es eficiente. Hay una brecha grande entre la educación que reciben nuestros jóvenes en la mayoría de las instituciones educativas públicas y la que obtienen en las instituciones privadas; además, para millones de personas el acceso a la educación todavía es precario, por no decir que nulo.
De acuerdo con un estudio del observatorio de economía de la Universidad Javeriana difundido hace dos semanas, en Colombia hay 4,7 millones de niños en edades de cero a 5 años. De ellos 1,4 millones están en el programa estatal de Cero a Siempre y 950 mil se hallan en instituciones privadas. El resto - 49% del total de esos niños- no accede a ningún esquema de formación en una etapa clave para la adquisición de procesos necesarios en la vida como el desarrollo de competencias y la socialización para el reconocimiento y manejo de emociones, y el progreso del lenguaje. Esta barrera inicia la apertura de la brecha de inequidad que avergüenza nuestra sociedad.
La pandemia que atravesamos nos tomó por sorpresa y en especial al sector educativo. Su infraestructura, sus procesos, los maestros y las familias no estábamos preparados para reaccionar de manera pronta y efectiva, y contrarrestar los riesgos para los estudiantes que se derivaban de las medidas de mitigación sanitaria que hubo necesidad de instaurar.
Las nuevas tecnologías de la información ayudaron a paliar el reto y muchos de los estudiantes pudieron encontrarse con sus profesores en forma virtual. Sin embargo, las evaluaciones muestran que la educación formal perdió terreno con más bajas cualificaciones durante la pandemia, lo cual, unido al deterioro de la salud mental y del bienestar, son y serán los efectos más duraderos que tendrán las generaciones actuales de niños, niñas y adolescentes[1]. En el caso colombiano, el acceso a internet es muy limitado o ausente en vastas regiones del país y podrá conducir a un incremento de la brecha de inequidad que ya mencionamos.
Las cuarentenas se requerían en su momento y un 80 por ciento de los padres encuestados considera que el cierre de los centros de enseñanza fue o es un precio aceptable por pagar para reducir la propagación del virus[2]. No obstante, hoy, diez y nueve meses después de establecido el primer confinamiento colectivo, permanecen sin retornar a las aulas escolares de manera presencial 2,8 millones de niños y niñas en el país, a pesar de que más del 90 por ciento de los establecimientos de enseñanza han abierto sus puertas y una cifra igual de maestros se encuentra vacunada. Los rectores en Sincelejo señalan que este año el 70 por ciento de sus alumnos perderá el año por el fracaso de la virtualidad.
Un desafío adicional proviene del estrés que pueden presentar los jóvenes por el regreso a los colegios, sobre el que otros estudios han mostrado un incremento hasta el 25 por ciento, con mayor predominio en mujeres y en los adolescentes mayores[3]. El análisis multivariado evidenció que el estrés se correlaciona positiva y significativamente con cambios en los comportamientos auto reportados (problemas de conducta, afecto negativo, alteraciones cognitivas y desatención). La excitación por estrés (problemas para dormir, hipervigilancia) representó una variación significativa en las preocupaciones de comportamiento[4].
Para la salud, la educación es un determinante fundamental. Una persona sin educación tampoco es sana y tiene más riesgos de enfermar. La educación para la vida con bienestar debería tener tres componentes esenciales del cuidado: el de la generación y preservación de la salud; el de la previsión financiera, en especial para la vejez; y el de reconocer nuestra finitud y prepararnos para la etapa final de nuestra existencia. Esto debe ir acompañado de la capacitación para el trabajo, la protección de nuestra biosfera y la convivencia democrática.
Nuestro sistema educativo requiere una gran reforma que lo haga universal, solidario y eficiente; las generaciones jóvenes lo necesitan para vislumbrar su futuro con esperanza. Paralelo a ello, los sectores de salud y educación tenemos un doble reto para responder asertivamente y las personas vivamos con bienestar y protegidos. Primero, convencerse de la oportunidad de trabajar unidos, y hacerlo. Segundo, definir y ejecutar estrategias de educación para la salud que formen a nuestros niños, niñas y ciudadanos en las capacidades para gestionar individual y colectivamente los riesgos físicos, emocionales y sociales que la vida nos presenta.
[2] Idem
[3] Canadian Journal of School Psychology 2021, Vol. 36(2) 166–185. https://journals.sagepub.com/doi/pdf/10.1177/08295735211001653
[4] Idem