La desinformación mata

Julio 22 de 2021

Augusto Galán Sarmiento MD.MPA

Director del Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud. Exministro de Salud

 

Manuel Briceño[1] tenía 36 años, era un hombre alto, delgado, hacía ejercicio con regularidad y no tenía comorbilidades. Trabajaba como empleado en un almacén de ropa.  Debía ir al trabajo para conservarlo y aunque intentaba cuidarse contra el Covid-19, entre sus compañeros de labores había algunos que no le prestaban atención al virus. Varios señalaban que todo se trataba de una patraña con fines comerciales y económicos.

Adquirió la enfermedad porque uno de sus colegas los contagió en la empresa. Tomó remedios caseros y un antibiótico que le recomendaron pues lo que tenía era “una gripa que se la pasaría rápido”. Se fue complicando y los síntomas se transformaron en los típicos de una neumonía con fiebre, malestar general, dolor de cabeza y mucha tos no productiva. Cuando la dificultad respiratoria ya era excesiva decidió consultar. Muy tarde; a los dos días de hospitalización tuvieron que intubarlo, colocarlo en un respirador y trasladarlo a una unidad de cuidado intensivo (UCI). Los médicos del Hospital San Blas lucharon por su vida durante dos meses; el fin de semana pasado el virus ganó la batalla.

Ricardo Arturo tenía 32 años. Trabajaba como sub-chef en un restaurante con algún reconocimiento. Obeso mórbido y muy preocupado por no contraer este virus, vivía con su padre y una hermana. Su madre había muerto por otra enfermedad, hacía un par de años.

El padre de 63 años no quiso vacunarse contra el Covid-19. Tampoco consultó a los médicos cuando los síntomas de neumonía se fueron agravando por mucha dificultad respiratoria y con los labios y uñas morados. En la mañana de un miércoles hace cuatro semanas falleció luego de desestimar los pedidos de sus hijos para que fuera a una clínica y lo atendieran, pues aunque ellos lo cuidaban, no podían aplicarle más que algunos remedios caseros.

En la tarde de ese miércoles que murió su padre, hospitalizaron a Ricardo porque los síntomas del Covid-19 eran ya muy molestos y limitantes. El sábado siguiente lo intubaron en salas de recuperación quirúrgica de la Clínica Shaio donde lo recibieron y le buscaron traslado a otro centro asistencial en el cual hubiera disponibilidad de UCI. Bogotá se encontraba en la parte más alta del tercer pico de esta pandemia, cuando la congestión de los centros hospitalarios sobrepasaba las capacidades disponibles en la ciudad.

El viernes de esa misma semana su hermana requirió hospitalización porque los síntomas del virus ya avanzaban también por su cuerpo. Ricardo no supo su situación y ella no se ha enterado que su hermano falleció cuatro días después de ser intubado sin lograr una UCI disponible; hoy se encuentra conectada a un respirador desde hace quince días, en la misma clínica donde falleció su hermano y los médicos luchan con la tecnología de punta para que no sea la tercera víctima en esta familia.

En promedio, Colombia ha tenido un muerto por Covid-19 cada 4 minutos durante lo que va corrido del presente año 2021. Una cifra dolorosa y trágica de una enfermedad que es prevenible y cuya mortalidad es evitable si se detecta y se trata a tiempo.  Los casos reales que se narran en este texto son ejemplos del manto oscuro de la desinformación que ha sido promovida por grupos de interés que difunden mitos, tergiversaciones y mentiras sobre este Covid-19. En realidad, han hecho mucho daño.

El 83 por ciento de los nuevos contagios en España son diagnosticados en personas no vacunadas; en Colombia las cifras son semejantes. No se puede aceptar que persistan personas sin fundamento que nieguen aún la existencia del virus o que sigan difundiendo argucias y falsedades contra las vacunas y tratamientos que salvan vidas y mitigan el impacto de la pandemia.

Las creencias individuales son respetables, pero la discusión debe darse sobre el alcance hasta el cual llega esa autonomía personal sin lesionar el beneficio colectivo. La pandemia es un asunto de salud pública y no un tema de libertades individuales manipuladas. Los asiáticos lo tienen claro, en occidente no tanto. Además, si ante los hechos no se le cree a la evidencia y a los avances científicos y por el contrario se acepta la desinformación que promueve fábulas, chismes y leyendas, estaremos regresando a las épocas en que la tierra era el centro del universo y se consideraba plana; mientras tanto, miles de personas morían de enfermedades controlables. Entonces no se sabía; ahora sí.

 


[1] Los nombres de estos hechos reales fueron cambiados por respeto y reserva.