Tragedias dolorosas
Augusto Galán Sarmiento MD.MPA
Director Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud
Fue en la noche del lunes 13 de noviembre de 1995. La mayoría del pueblo ya dormía o se disponía a hacerlo. A cincuenta kilómetros de distancia el deshielo en lo alto de la montaña acrecentaba el caudal de quebradas y ríos. La corriente de lodo aumentaba, se tornaba monstruosa y al llegar a los valles se había cuadruplicado, arrasando todo lo que hallaba a su paso. Piedras, tierra, cercas, árboles y arbustos incrementaban su caudal. El ruido se tornaba ensordecedor, pero no alcanzaba a ser escuchado por los habitantes del pueblo.
Pasaron los minutos, el alud de hasta treinta metros de profundidad cruzó veloz a más de sesenta kilómetros por hora y en instantes sepultó a toda la población. Alrededor de 25 mil personas murieron en un santiamén como consecuencia de la segunda erupción volcánica más mortífera del siglo XX. Pocos sobrevivieron arrastrados por la avalancha y las fotos de la mañana siguiente los captaron deambulando semidesnudos entre las ruinas, como espectros blanquecidos por el lodo seco.
Nos duele recordar la tragedia de Armero y más cuando vuelven a la memoria las imágenes televisivas con la entereza y el temple de Omayra Sánchez, la niña símbolo de esa desdicha, quien conmovió al país hasta lo más profundo, atrapada por sus piernas entre los escombros, con el agua estancada al cuello hasta fallecer tres días más tarde, a pesar de todos los esfuerzos que los socorristas hicieron por salvarla. La tecnología de entonces fue insuficiente. Todos lloramos por Omayra; todos lloramos por Armero.
La Covid-19 ha cobrado la vida de más de 2 millones de personas en el mundo. En Colombia más de 50 mil en los primeros diez meses de pandemia, el doble de las que murieron en la tragedia de Armero; setenta por ciento más que los fallecidos por infarto cardíaco en 2019; una muestra de la magnitud de lo que estamos viviendo.
Como en Armero, los científicos lo habían advertido; aquella vez por la eventual erupción del Ruiz, ahora por la ocurrencia de una pandemia como esta. Similar a Armero, tomó al mundo desprevenido y Colombia no fue la excepción. Parecido a Armero, el impacto inicial sucedió a kilómetros de distancia y fue creciendo de manera soterrada e invisible hasta expandirse y golpear lo que ha encontrado a su paso; y como en esa noche de noviembre de 1995 no escuchamos de manera suficiente que venía, llegó, y nos ha golpeado muy fuerte.
Familiares, amigos, relacionados, colegas de trabajo, han fallecido por la Covid-19 y nos duele mucho su partida. Otros cientos de miles, allegados semejantes, sufren las secuelas producidas por el virus. Todos estamos expuestos y nadie tiene una salvaguarda que lo proteja definitivamente. Ha sido paulatino, por oleadas que todavía no se detienen.
Como la avalancha de Armero, la Covid-19 puede continuar su recorrido sin que la detengamos, contaminar más personas, producir más estragos, causar más secuelas y más mortalidad; es una posibilidad. O podemos reforzar las herramientas que poseemos para protegernos; ya estamos advertidos que si no actuamos mejor llegará un tercer pico fuerte de la pandemia. Por eso tenemos las opciones de redoblar las medidas de protección personal que tantas veces se han repetido y efectuar con mejor coordinación y más eficiencia las labores de detección, rastreo, aislamiento y tratamiento para contrarrestar la acción de esta enfermedad.
Además, contrario a Armero, en esta ocasión contamos con la tecnología y la ciencia que han avanzado más y día a día nos presentan nuevas alternativas que apoyan las medidas no farmacológicas que se han adoptado para mitigar la epidemia.
Como ya sabemos, las vacunas arribarán pronto al país y nos ofrecen la posibilidad de evitar los casos graves y la mortalidad que causa este Coronavirus. En la medida que se vacunan más personas en el mundo se demuestra más la seguridad de estos biológicos. También se vislumbran signos de descenso en el número de casos y en su severidad en los países que más vacunas han aplicado. Tenemos un camino de esperanza que vale la pena recorrer. No queremos lamentar más muertes por una enfermedad que podemos prevenir y controlar entre todos.