Una evasión impulsiva

Septiembre 9 de 2020

Augusto Galán Sarmiento MD.MPA

Director del Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud

 

Se acercan las seis de la tarde de un día soleado en la Bogotá de cualquier día de algún agosto; la temperatura es agradable unida a los cielos azules y despejados. Arnulfo[1], el padre, se ve entusiasmado porque llega esta vez muy temprano del trabajo para reunirse en el apartamento con su única hija, Estela, de 15 años. Ella le pide permiso para salir con su novio del barrio de la misma edad a quien conoció hace unos pocos meses. Él no la autoriza y además con estrictez, pero sin violencia, le insiste de manera rotunda no volver a encontrarse con su amiguito; piensa que así la protege de un embarazo prematuro que perpetuaría un círculo de pobreza.

Estela corre a su cuarto desconsolada. El padre por alguna diligencia debe salir del apartamento; ante la circunstancia no pretende que ella lo acompañe. La niña nota su ausencia y posiblemente molesta y dolida, busca el revólver de dotación que él posee y que había dejado sin cuidado en su habitación, mal escondido en algún sitio que la niña conocía. Se dispara en la cabeza; fallece de manera instantánea. No deja ningún escrito. La escena que encuentra Arnulfo al regresar lo lleva a la desolación y a la autoincriminación.

La niña pasó a engrosar la lista de suicidios en Colombia que ha tenido una tendencia creciente en la última década, aunque parecería que se estabiliza entre el 2019 y 2020 de acuerdo con las estadísticas vitales del DANE. Sin embargo, hoy, con algo más de 5 casos por 100 mil habitantes -la mitad de la cifra mundial- se demuestra un incremento del veinticinco por ciento en el último decenio en el país. Es una tragedia emocional para las familias que lo enfrentan, que se ha convertido en un problema de salud pública.

El acto suicida es más frecuente en los hombres en una proporción de 4:1 con relación a las mujeres; ellas realizan más intentos. El grupo con mayor impacto en nuestro país se halla entre los 20 a 29 años, con cerca del treinta y seis por ciento de los casos; sin embargo, al superar la edad de los cuarenta y cinco se presenta un incremento del riesgo. A nivel mundial, de acuerdo con la OMS, es la segunda causa de defunción entre los 15 y los 29 años; los plaguicidas, el ahorcamiento y las armas de fuego son los métodos más utilizados.

Al consultar siquiatras nos dicen que son diversas las razones asociadas al suicidio. Con mayor frecuencia los suicidas tienen una visión de “túnel negro”, en la cual perciben que no existe solución ante lo que les ocurre. Esa percepción se incrementa con sus ilusiones o interpretaciones de situaciones cotidianas.  Toman la decisión que es muy individual, aunque se pretenda encontrar una justificación en el entorno.

Los mismos expertos señalan que en la actualidad se habla mucho de dos elementos relacionados con el acto suicida: la pérdida de sentido de vida y/o la impulsividad. La mayoría de los eventos tienen un altísimo componente impulsivo que determina la consumación del acto. Se hace evidente que hay una pobre regulación emocional, especialmente en adolescentes y adultos jóvenes.

Al preguntar por factores familiares, los psiquiatras indican que usualmente pueden ser genéticos porque se ha visto que, además de la correlación biológica eventualmente presente, el antecedente de un pariente que ha realizado un suicidio facilita la posibilidad del acto. Las familias con alta emoción expresada presentan una mayor tendencia de conductas impulsivas en las cuales la reflexión no modula el comportamiento.

Las habilidades emocionales adquiridas o no, la violencia, la ausencia de espiritualidad, la religión, las diferencias sociales y económicas, las expectativas de logro y éxito, las dificultades laborales y financieras, entre otros, pueden influir en el suicidio, que se debe catalogar como un resultado y no como una patología.

El Plan Decenal de Salud Pública (PDSP) no circunscribe la salud mental a condiciones patológicas definidas, sino que la refiere a aspectos como la convivencia, las relaciones interpersonales respetuosas, equitativas y solidarias, el sentido de pertenencia, el reconocimiento de la diferencia, la participación en el logro de acuerdos, el ejercicio de los derechos que buscan el bien común y el desarrollo humano y social.

Colombia tiene un camino largo para la protección de la salud mental. Cuenta con el conocimiento para hacerlo, pero requiere de una política clara, con voluntad y gestión adecuadas para que con el suficiente personal calificado y entornos familiares y educativos saludables se impida que evasiones impulsivas como la de Estela se sigan presentando.

 


[1] Historia real, con nombres ficticios